Nunca debí escuchar a mis fantasmas, mis deseos, al fracaso de mis sueños que enquistaron en mis manos y alojaron en mi pecho la absurda pasión por las palabras escritas en las hojas mismas del viento.
Nunca debí salvarte una y mil veces, descolgar sogas que nunca llegaron a tu suelo.
El suicidio acordado es solo un invento porque uno siempre muere primero y el otro tiene un minuto para esa única lagrima de duelo que sin caer se hace verso.
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