Ella no temía a la muerte,
ni a la vida,
era una suicida del amor
y
si la llamaba
corría,
sin mirar los sentidos, los
espejos retraídos,
solo la urgencia de sentir
la diferenciaba
de todos
los vivos,
nadie sabía su nombre y
ella desconocía
su destino,
si por amor debía morir
no importaba,
pues amando se muere y
se mata,
no había manera,
ella lo sabia,
no sobreviviría si la
dejaban y
y si se quedaba
ya no había mañana.
Sin opción se entregó a
su suerte
de ser
por solo un instante la
mujer más amada,
una jugadora, siempre
juega,
y aunque pierda gana.
Ruben Mangiagli
©2014
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La amante.
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