Esa mirada,
las miradas,
todas tus miradas,
la de amor cuando llegabas de trabajar
y después de la cena me subías
a tu regazo sin protestar,
tus ojos que veían volar el primer barrilete
que armamos un domingo
y me decías , “mira negro
ni las nubes lo pueden parar”.
El reflejo de tu ira cuando llené de barro
el portal de la vecina por
no devolverme mi pelota preferida
que me regalaste una Navidad.
Tus consejos que me dabas sin casi
parpadear, “sé siempre
un hombre,
más aún en la adversidad”.
Tu abrazo largo mirándome
cuando terminó una guerra absurda
lleno de piedad.
La cubierta de lagrimas, la única vez
te vi llorar, cuando estaba
tirado en la camilla de un hospital destrozado
por un accidente
que luego jamas queríamos recordar,
Esa, con destellos de felicidad
cuando te dije que yo iba a ser padre y nos
emborrachamos para festejar.
Y la última tres días antes te vayas,
con suerte a un lugar mejor, ese lugar
que esperamos estén
las personas amamos de verdad,
y me dijiste mirándome con tus
ojos marrones mezcla de tierra
dura y de bondad,
“se bueno, es lo único que importa de
verdad”.
No sé donde habrán quedado tus
recuerdos, pero algunos
de los míos están escritos acá,
y por cierto si pudiera verte de nuevo
aunque sea solo una vez más
solo te diría,
-Papá, te he extrañado todos los días
desde que no estás-.
Descansa en paz.
Ruben Mangiagli
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La mirada de mi padre.
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