Hay un hombre sentado sentado en un escritorio,
de madera de roble con algunos cajones,
parecen muchos pero no lo son,
en la vida se no se juntan tantos recuerdos la verdad,
con tres cajones alcanza, no son necesarios más.
Sus manos saben de memoria los movimientos de
las palabras, de los verbos y adverbios,
sobre todo los de tiempo sin cantidad.
Pero está cansado de escribir, de que no lo lean y
también de esperar,
su mirada ya no puede ver más allá, puede que
los caminos ya no se dejen caminar,
o que los senderos de engaños se acabaron sin
tener ni siquiera un final,
Está cansado, de todo, de nada, de lo que vendrá.
El tabaco y el café saben todos los días igual, como
las estaciones que ya no cambiarán.
Mira las hojas en blanco, aún tiene tanto para
contar, historias para narrar,
poesías para regalar, pero ya no quiere hacerlo,
siempre son como pasos para atrás,
la falsedad de la verdad,
un amor que no pasará,
un sueño del que hay que despertar,
Guarda las hojas en el tercer cajón, ya casi no
hay lugar para algo más,
sabe que tiene reservar una página más, por si
acaso, por las dudas, por lo que no hay.
Se mira en el espejo, ese hombre se parece a él
y a mí,
Pero no sabe quien es, un vago parecido, algo
en común, una idea sin realizar,
se mira de nuevo buscando una señal o una
identidad, pero solo ve
a un hombre acabado que ya no quiere escribir
ni un palabra más.
Ruben Mangiagli.
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Entre cajones llenos.
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