Flotaban mis recuerdos sin dueños
sobre mi propia muerte como
cuervos malditos que quitarían
los ojos de mi memoria
para consumirla en la ceguera de mi
propia eternidad.
Mis ojos que todo lo habían visto y
sus visiones querían escapar
al designio del olvido en mi
permanente creencia que no
hay un más allá.
Sufrí, la incertidumbre me pudo y
mi curiosidad de conocer
la muerte no venció a mis ganas de
respirar.
Exhalé el aire negro de la nada e
inhalé,
una, dos y otra vez.
Al final no era un día para morir,
pero tampoco para vivir,
y en mi cobarde valentía seguí sin
saber si el final es un nuevo
comienzo,
o si cuando todo se termina solo
cae el telón y dejamos de actuar.
Ruben Mangiagli.
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Respirar.
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