Plaza Roberto Arlt. ( Poema )


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Las plazas no tienen puertas
no sabes si la salida
es justo el lugar
por donde acabas de entrar,

son la democracia que llaman
a la igualdad,
los bancos son iguales
aunque los sepas diferenciar.

Pero el sol parte a la gente
justo por la mitad,
un lugar de sombra
y la otra para veranear unos

minutos que a veces sirven
para almorzar
y otras muchas horas para
poder pensar.

Las flores sí suelen cambiar
son a veces testigos
de un amor nuevo y otras las
juezas para terminar,

Todos te miran, pero nadie en
verdad te ve,
aunque sucede, una y
solo una vez,

que dos mirada se cruzan en
un para siempre o en un
nunca jamás,
como los cuentos que narran

las novelas baratas del kiosko
de la esquina entre
goles del domingo y revistas
del más allá.

Yo recuerdo la besé ahí por
besarla y apretar,
sin saber una cosa que no
aprendería

hasta muchos años después
cuando sentados en un
bar frente al cartel
decía Roberto Arlt

que las plazas, ninguna en
general tienen puertas
ni para salir ni
para entrar,

y son como el amor y un beso
al despertar,
vos decidís si querés quedarte
o te vas.

Y ni siquiera lo tuvimos que
pensar,

nos quedamos un rato, una
tarde, un café y una vida,
todas las estaciones y
un poco más.

Ruben Mangiagli.


Nosotros.


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Nos cruzamos constantemente.
Nos topamos,
nos tropezamos.

Nos chocamos. Colisionamos.
Nos esquivamos,
nos evitamos.

Nos atascamos. Atajamos.

Coincidimos con frecuencia.
Nos registramos,
nos reconocemos.

Nos interpretamos. Charlamos.
Nos desviamos,
nos perdemos.

Nos hallamos. Atinamos.

Nos buscamos a menudo.
Nos acechamos,
nos espiamos.

Nos merodeamos. Erramos.
Nos confundimos,
nos sospechamos.

Nos aventuramos. Arriesgamos.
Nos fundimos,
nos encendemos.

Nos penetramos. Jadeamos.

Y ascendemos. Y descendemos.
Y llegamos.
Nos encumbramos.

Pero nunca,
nunca, nunca nos encontramos.

Pasamos.


Ruben Mangiagli

Sin tiempo.


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Sólo nos queda esta noche y lo sé.
Lo sabemos.
Con el primer rayo del alba colándose por la ventana te irás para siempre; desaparecerás; te perderé.
Lo sé. Lo sabemos.

Esta amarga medianoche de tintos escasos y humos espesos, somos melancólicos condenados, en espera del inclemente verdugo que es el sol.
No tengo tiempo que perder, pero me atrevo a gastar un segundo en imaginar si será posible juntar todo el amor del mundo, toda la pasión de los tiempos, todos los besos de la imaginación; comprimirlos en un segundo intenso y explosivo y dártelo las pocas miles de veces que podría en los pocos miles de segundos que me quedan hasta que te mueras de amor, o te mueras de pasión, o te mueras de besos o, mejor aún: te mueras de mí.
Rápidamente vuelvo a la realidad ; me doy cuenta de que no es posible y, como no tengo tiempo que perder, te beso. Tus labios perfectos, como dibujados por Cortázar, me saben a fruta madura y al tic-tac del reloj impaciente y, sobre todo, me saben al recelo del tiempo más sincero, temeroso y frustrado que puedo imaginar. Sin embargo, como siempre, tus labios me saben a fresa.
Temeroso, miro de nuevo el reloj; con la garganta hecha un nudo y colgando de la misma mano que pronto voy a usar para acariciar tu cabello, miro de nuevo el reloj. Sólo ha pasado un minuto, pero es un minuto que me suena a que me arrancan los huesos.

Ingenuo, aventurado y con tonta esperanza, me atrevo a pedirle en mi mente al reloj que se detenga un instante. Que me regale un segundo, que nos fíe un momento.
Al abrir los ojos, entiendo que el reloj no me ha escuchado y nos ha clavado en el alma otro par de pares de segundos.
Como no tengo tiempo que perder, paso mi mano entre tu cabello áureo; deslizo mis dedos entre tu cabello y acaricio tu cuello.
Te mato como puedo con la mirada, te revivo como quiero con caricias y me suicido como jamás habría imaginado con un abrazo surreal, largo, cálido y que me sabe a ansiedad y al rítmico pasar de los segundos pero, sobre todo, me sabe al frío y asustado sudor de poeta resignado que ha visto un futuro donde se queda mudo. Sin embargo, como siempre, tu abrazo me sabe a azúcar.

Exaltado y como viendo sin ver, le dedico una mirada al reloj y se me vuelven de vidrio todos los músculos del cuerpo. Han pasado ya diez minutos y el infeliz e inexorable segundero no parece dispuesto a retrasar su carrera.
Acaba de salir el Sol, y ya no estás.


Eficaz.


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Es ella la que me mata mi memoria,
ni siquiera mira,
tampoco apunta,
ella dispara de forma eficaz, certera,
entonces mi cuerpo
deja escapar la viscosa sustancia de
la que están hechos
mis recuerdos.
Pero no muero y sigo respirando su
olvido.

Ruben Mangiagli


Encuesta.


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Hoy por la tarde una Sra. muy amable, me paró en la calle y me preguntó si podía responderle a una encuesta, le anticipo que es sobres hábitos sexuales y experiencias, es totalmente anónima y es para una investigación de la Universidad de Valencia me dijo.
Le dije que sí, sino era extensa, y me respondió que eran unas 20 preguntas.
Se marcaban casillas por respuesta, con opciones Si, No, No contesta.
Después de responder con una casi mayoría de Si por mi parte, mira la encuesta y me dice;
-¿ Puedo hacerle una última pregunta ?-,
- Sí claro - le respondí-
y me dijo;
- ¿ Debería yo darle mi teléfono ? -

Fue tan espontanea, que me reí con ganas.

La vida te regala momentos, y está vez no estuvo mal.

De a par.


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De a par..

La miré,

le cayeron dos lágrimas,
porque vienen por parejas,
adiós y soledad,

me quiso y ya no,
dos manos sueltas y
nada más,

ambos sabíamos que nos
quedarían mil caminos
por andar,

pero ninguno lo iba a
caminar.

seriamos los restos del
naufragio
de otro amor,

recuerdos de recuerdos
no sucederían jamás,

otro nombre que
intentaríamos no volver
a pronunciar,

es de esto de donde
los poetas han
aprendido las rimas,

para

recordarnos que es
mucho más difícil
decir que dejamos de
amar,

a querer engañar a la
felicidad.

Ruben Mangiagli.


Recuerdo. Historias de una pandemia 36 ( Covid 19)


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Recuerdo el momento

exacto dejaron de cantar
los pájaros,

fue durante los primeros
días de Marzo,

las sirenas sonaban a
cada rato,

incesantes, certeras,

como lúgubres mensajes
de rayos que
anunciaban

el miedo, un encierre,
la muerte
y el desasosiego,

todo pronto quedó
desierto,

se esfumaron las risas y
las sonrisas

fueron borradas por tantos
y tantos duelos,

Sí, recuerdo cuando
dejaron
de cantar los pájaros,

fue al mismo tiempo que
desaparecimos
nosotros

y nos quedaron solo las
memorias de rincones
fuera

de las ventanas y esas
ganas de abrazar
a una persona

para decirle solamente
un te quiero.

Ruben Mangiagli




Diálogos.


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Escribo diálogos porque no me gusta describir cosas por mí mismo. Me gusta el punto de vista y los puntos de vista cambian. Todo se basa en cómo una persona ve cualquier cosa que esté ocurriendo. Incluso el tiempo.

Soledad, otra forma de amar.

- Yo no te quiero -
- Yo tampoco -
- Todo puede cambiar ¿ No ?
- Se nos va la vida, el tiempo y la realidad
¿ Quieres ir a caminar ? -
- ¿ A donde ?
- ¿ Acaso importa ? que más da.

Se tomaron de las manos y no se soltaron más.
Empezaron a quererse.

Ruben Mangiagli.



Estrella caída.


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Hay un lugar donde caen las estrellas
olvidadas,
esas no brillan y
no tienen colas de luces de guirnaldas
ni nombres
que aparezcan en los mapas,
sin lunas rodeen
esa soledad eterna pactada,

son como personas anónimas, esas
que nadie reclaman,
sin lápidas cuando mueren
y si es por tener tampoco hay flores
que recuerden que alguna vez
iluminaron el espacio luchando por
separar el dolor
diferente de las espinas y espadas.

Caen en forma de esferas y de fugaz
no tienen nada,
nadie pide un deseo al mirarlas, son
como los olvidos aprendidos
por los corazones ya no sienten nada.

Se extinguen dentro de las almas como
la mía o la tuya y
por un momento efímero
sentimos que la vida tiene
sentido, y su impacto es como la
memoria de un beso robado entre la
noche y el alba,

son relámpagos sin lluvias, una mitad
de una mitad
que siempre es mucho mejor que nada

y nos hace sentir que estar vivos no es
tan malo porque cuando nos dormimos
siempre esperamos
despertar de nuevo otra mañana.

Ruben Mangiagli.



Historias de una pandemia 35 ( Covid 19)


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Otro domingo de quietud en Valencia, una nueva realidad que se impone a la antigua, pero siguen los temores, a una enfermedad, a la crisis en los hogares y empresas, y que si esto pasará o no y si cambiaremos o no. La incertidumbre del futuro y el vivir día a día cómo moneda única.


Matiz.


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Oscuro,
luces,
tal vez yo,
o no.
Puede
me quieras,
sin
palabras
inventadas,
o quizá
no,
el amor es
o no es,
sin
vueltas,
sin
rectas, es
caricias,
luz y
oscuridad
y lo
demás,
nada.

Ruben Mangiagli.




335


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En un sueño uno aspira a lo máximo, aunque a veces se acabe el tiempo y no se saque nada, como en la puta vida.

Espontáneo.


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¿ por qué escribo mal cuando te encuentro?
¿Qué pasa con mi sinapsis?
¿ Con mis manos ?
Es como si no pudiera retener el amor
y se me escapa de entre mis dedos,
como las cuentas de un rosario que
reza una señora encerrada en su cuarto,
lejos de otros,
lejos de ella misma,
de su propia Fe de antaño
y se hacen palabras ilegibles
que casi no expresan la llegada de un
anochecer en esta tarde donde te extraño.

Ruben Mangiagli.


¿ Y por qué no ?


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Viernes,
un vaso de licor, tabaco
y un café se enfrió,

quizá puedas
impregnarme con tu arte,
pintarme

los sentimientos
las manos,
y el corazón,

darme un beso de colores
para que aprenda
tu sabor,

al final, siempre la
imaginación cumple su rol.

Viernes, y ¿y por qué no ?

Ruben Mangiagli


334


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La verdad es que me gusta esperar cuando creo que lo que espero va a venir. Si lo miras bien, es el tiempo más agradable y el mejor empleado de todos.