Arder en frío.


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Arde una letra, luego otra,
hasta que la palabra se hace fuego, sin calor,
fuego griego que quema
en una alquimia difícil de entender,

como si la nieve fuera río
y el agua solo un destino de duros caminos
hundidos que ya nadie
recuerda entre barro de olvidos.

Arde el deseo, de sudores
fríos, de caricias en entredichos de frases
que se susurran a un oído
en algún idioma harto desconocido,

mientras las manos mancas
de sentidos rememoran un cuerpo perdido
que alguna vez hace tanto
hemos querido con descuidos.

Es el amor del no amor que
se se ejecuta como sentencia de un placer
no concebido, no consentido,
huérfano, lleno de instintos,

que son solo momentos de
extraviados en alguna madrugada sola que
tiene un nombre propio fugaz
en la síntesis de lo efímero.

Ruben Mangiagli.



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