La primera pareja humana, creada en un jardín el sexto día, tuvo por encima de ella la primera noche inconmensurable.
Sin saberlo ellos, despuntó en sus cuerpos el apetito, la sed, el entusiasmo y el sueño.
La primera noche, desconocida, les pareció a ellos el resto del día primero, iluminado en puntitos de luz.
No sabían si regresaría el sol.
Se abrazaron.
Las bocas se vieron juntas e inventaron el beso, el primer fruto del conocimiento de su humanidad.
Era aquel conocimiento, un líquido sensible a la temperatura de los cuerpos y el placer.
Puedo escribir e imaginar esa primera vez porque tuve yo también aquella hora mi la boca, en un instante idéntico al de ellos, cuando mi primer beso, ese de verdad donde se toca otra lengua, se siente otro gusto y las manos febriles solo quieren tocar.
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El beso que la Biblia jamás contó.
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