Tempestad.
Días tormentosos para Flora que se queda estática en una terraza ajena, perdida y desganada, viendo como la ropa colgada se orea; no quiere ni puede dar un paso, para atrás ni para adelante, no quiere comer ni dormir, ni escuchar a su Gato amante.
Él la observa y la escucha, aún en su silencio inquietante, la aconseja, la lame, le susurra maullidos en la oreja y se enoja porque ella está encerrada, en su mundo de gatos con culpa, de existir, de ser, de equivocarse.
Pero como una paradoja, de esas que parecen sin sentido, de pronto ella fija sus puplias en su Gato; por fin lo ve, lo siente y vuelve a ser ella; como en una sinfonía de instrumentos finamente afinados, lo ama con la fuerza impetuosa de la tormenta que pasa y deja como resabio, olor a tierra mojada y amaneceres de un mismo amor y de una nueva etapa.
V.D.
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La historia de Flora y Gatomate XLIV
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