Era como si estuviera frente a mi, sentada en cualquier lugar de ninguna parte, en un tiempo que no se media por agujas ni calendarios sino por sentimientos, por deudas de abrazos y de besos, como si fueran facturas impagas que provocarían el corte indefinido de la luz nos rodeaba.
Todos parecían potenciales testigos, algunos de cargo otros de defensa y muchos curiosos, pero las palabras quedarían grabadas en una taza de té y otra de café, que como nosotros no se veían pero se sentían.
Puede que no sea el amor de tu vida, dijo.
Puede que seas lo que deseo en mi vida, respondí.
Los argumentos de ambos se llenaron de puntos y comas, pero carecían de palabras ciertas, y el silencio se escuchaba entre las respiraciones del aire nos separaba.
El mozo imaginario se acercó una vez para ofrecernos más café y té, y luego otras vez y digimos que si, pero lo fulminamos con las miradas y se fue para ya no volver.
Ella supuso que si me decía que no funcionaria lo nuestro y si lograra que lo repita yo unas mil veces terminaría creyéndolo, pero no.
Parecíamos genocidas del amor enamorados, que preferíamos matarlo en todas sus formas a separar ni que más sea un pequeña parte y protegerlo o protegernos.
Aprendimos sin darnos cuenta que no eramos asesinos al final, quizá eramos cobardes o muy valientes.
Terminamos de beber las tres tazas repetidas de cada uno y solo necesitamos sentir la mirada para concluir la conversación,
Sos un tarado lo sabes?
Sos hermosa lo sabias?
Y la risa en un segundo puso en movimiento todo de nuevo, con besos y abrazos que se debían, con abrazos y besos se pagarían.
Ruben Mangiagli
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Dos tazas por tres
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